BUEN CAMINO
Por Sandra Cascales, para más info de viajes www.viajandoporelmundomundial.com
Otra relación fallida. Otra decepción. Otra más. Ya iban demasiadas. Y decidí que necesitaba desaparecer, reencontrarme, escucharme y por primera vez en mi vida, hacer lo que me apeteciera. Ser yo.
ATERRIZAJE EN GALICIA Y COMIENZO DESDE SARRIA
En cuanto aterricé aquella tarde de julio, me estaban esperando para llevarme en coche hasta Sarria, el pueblo desde donde comenzaría mi aventura en soledad. La idea era hacer tres días del tirón y parar después para presentarme a un examen online del Máster en Psicología General Sanitaria que estaba cursando por aquel 2019.
Abrí el maletero entre aquel verde inmenso de primera hora de la tarde, y saqué mi mochila con todo lo necesario para empezar el camino francés. Nos despedimos e inicié la marcha: con mirada curiosa, sola entre los senderos. Avanzaba y me daba miedo perderme, pero seguí caminando hasta que paré pasados unos kilómetros para disfrutar de la única compañía de las vacas pastando en aquellos prados enormes. Era una etapa suave, en la que la belleza de sus robles, castaños y ríos empezó a sanarme desde dentro.
SARRIA – PORTOMARÍN
Cuando paré a cenar en Portomarín después de cinco horas caminando, disfruté del sabor de la ternera. Indescriptible. Apuré la copa de vino y me dispuse a prepararme el saco de dormir en la litera inferior más cercana a la puerta. Quise vivir la experiencia al máximo y opté por pasar la noche en un albergue público. Sin embargo, no pude dormir por el desagradable olor de la habitación y los ronquidos infernales de otro caminante que había al lado. Cuando amanecí a la mañana siguiente, salí de Portomarín y me abrigué bien para combatir el rocío y la humedad de los bosques. Desayuné unos kilómetros más adelante, unos huevos fritos con jamón, para tener fuerzas para caminar durante todo el día, 25 kilómetros, parando cada tres o cuatro horas.
PORTOMARÍN – PALAS DE REI
Caminaba sola, pero en seguida se me unió un grupo de alemanes que también salían desde Portomarín. Empezamos a hablar en inglés y decidimos continuar juntos. Tenían un Bose potentísimo que nos animaba los pasos. Unos kilómetros más adelante encontramos a un grupo de caminantes de California que también se nos unió. Bailábamos, cantábamos y caminábamos. Pasamos por Gonzar, Ventas de Narón, Ligonde y Castromaior y disfrutamos de la compañía. Paramos para comer algo rápido sentados en un tronco. Después del pequeño parón de media hora, continuamos la marcha y descendimos hacia Palas de Rei. Llegué cansada, pero feliz. Cené en un barecito sencillo. Ternera, por supuesto, porque sería un pecado comer otra cosa diferente allí. Y vino, a ver si me aliviaba un poco el dolor de pies. Decidí darle otra oportunidad al albergue y esa noche tomé una benzo para ayudar a conciliar el sueño.
PALAS DE REI- ARZÚA
A la mañana siguiente salimos algo más tarde, sobre las diez. Me sorprendió la belleza de los caminos del trayecto hacia Arzúa, nuestro próximo objetivo. También nos sorprendió una lluvia torrencial. Tuvimos que resguardarnos en un albergue cercano durante casi dos horas y finalmente, al ver que no amainaba, nos aventuramos a caminar camino abajo sumergidos, con el agua a la altura del muslo. Jamás me he sentido tan libre, tan yo. Conforme entraba a Arzúa, notaba las lágrimas corriendo por mis mejillas. Había recorrido 30 kilómetros bajo una tormenta infernal. Eran lágrimas de cansancio máximo, de superación y de libertad. Cené en el primer restaurante que encontré y me sorprendió el profundo dolor muscular que tenía por todo el cuerpo al sentarme. Después del camino largo, extenuante y complicado, me premié con una habitación privada en un hotel sencillo, para poder ducharme con agua caliente en baño privado y secar la ropa empapada en los radiadores. A la mañana siguiente, después de desayunar, compré un chubasquero por si la lluvia volvía a sorprenderme durante el camino.
ARZÚA – O PEDROUZO
Caminaba sintiendo dolor, pero continuaba. Algo dentro de mí me decía que no parase, mi mente susurraba: “Adelante.” Disfrutaba de las flores, de los riachuelos, de los árboles. Fotografié poco, unas siete u ocho instantáneas durante cada trayecto. Sentir que únicamente estaba conmigo misma me abrumaba y sanaba al mismo tiempo.
Llegué cansada aquel día al albergue. Tomé una benzo y pedí cita en la peluquería donde sentir el masaje y el cuidado me reconfortó muchísimo. Aquella tarde viajaría hasta A Coruña. El camino se quedaría en stand by hasta pasado el examen.
O PEDROUZO – A CORUÑA
Al día siguiente tenía el examen, que realizaría desde A Coruña, en casa de un amigo. Me recogió y nos preparamos para salir a cenar por el casco antiguo. Bailé, reí, bebí y disfruté de aquella preciosa noche gallega de julio como pocas veces antes. A pesar de las ampollas, a pesar del dolor. Me enamoré de A Coruña, de su sencillez, de su belleza, con sus acantilados salvajes y sus gélidas playas.
Al día siguiente del examen, madrugamos para llegar hasta O Pedrouzo de nuevo, donde desayunamos, y prepararme para terminar con el camino francés recorriendo el último trayecto y llegar hasta Santiago de Compostela.
O PEDROUZO – SANTIAGO DE COMPOSTELA
La subida del Monte do Gozo era terapéutica, espiritual, mágica. Compré unas figuritas y un niño se acercó y me regaló una flor amarilla preciosa. Me sorprendí con lágrimas rodando por mis mejillas.
Cuando entré a la plaza del Obradoiro, sentí algo indescriptible al ver la catedral y escuchar a los gaiteros. Me tumbé boca arriba en la plaza. Me sentía yo. Había podido. Sola. Ahí entendí por primera vez en mi vida que, a partir de ese momento, podría con todo lo que me propusiese.
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