Pesadilla en Nochebuena: cuando te toca una familia disfuncional
“Espero que algún día tengas el coraje de huir de todo lo que te hace miserable.” (El viaje de Chihiro)
Las fechas navideñas son un disparador de emociones. Es habitual, por no decir una costumbre, reunirse con los familiares. Esta costumbre puede desatar nuestras emociones primarias más profundas. En condiciones normales, los que han tenido la suerte de haber disfrutado de un apego seguro durante su infancia, habrán crecido en el seno de cuidadores que les han valorado, nutrido emocionalmente, apoyado y querido mucho. Genial. Es lo que tendría que ser. Crecer sin maltrato, sin violencia, sin represión emocional, sin presiones, sin manipulación. Validación, escucha activa, respeto, amor incondicional y comprensión. Crianza positiva, consciente y respetuosa. El sueño de cualquiera. Reunirse con una familia que te quiere, te apoya, te valora y te admira es maravilloso. Motivo más que suficiente para celebrar por todo lo alto, sobre todo en los tiempos que corren. Villancicos, vino, anécdotas y muchas risas compartidas. Lo más parecido a volver al útero materno, espacio seguro, protegido. Y por si fuera poco, con langostinos y carne al horno. Y regalos. Ni tan mal.
Pero desgraciadamente, no todas las familias son así. Puede que hayas crecido en una familia disfuncional. En el mejor de los casos te habrán dado las hostias de cara. Pero también puede que te hayan manipulado de forma fina y elegante, con una luz de gas apenas perceptible, de guante blanco. Tan bien ejecutada que es imperceptible hasta para ti. Si es así, te acompaño en el sentimiento… ¡Te ha tocado el gordo! Además de problemas psicosomáticos desde la infancia, eso seguro. Tener la imprudencia de acudir a cenar en Nochebuena con una familia así, puede acarrear graves secuelas a nivel psicológico.
Ahora bien, hay opciones: están los valientes que deciden “cagarse” en las tradiciones e irse de viaje bien lejos para evitar reunirse con su familia. Qué sería de las familias sectarias sin las famosas ovejas negras. Esos miembros repudiados por el resto del clan, que no aceptan las normas tácitas del grupo, que se “separan” y “traicionan” a la memoria y a la tradición familiar. ¡Pobres! Seguramente serán criticados el día de Nochebuena si no están, porque ya se sabe: “cuando te sientas en una mesa en la que se critica a otros, cuando tú te levantes, serás el próximo en ser criticado.” Parece que, para tu familia oscura, irse de vacaciones en Navidad sea un PECADO con mayúsculas. No te lo van a perdonar cuando vuelvas. No aceptan que ninguno de sus miembros haga pellas la cena de Nochebuena. Ante todo, y, sobre todo, hay que guardar las apariencias. Eso sí, puede que cenes en soledad o con quien no esperabas. Pero feliz.
Puede pasar otra cosa. La presión de tu madre para que vayas puede hacer que acabes sucumbiendo, te resignes y vayas a cenar. Con las mismas ganas que cuando vas a un examen o al dentista. Planazo total. Antes de ir, piensas: “- Voy a cenar con ellos y aguanto el temporal, ceno, y a casa. -”
Para esto quizás necesites diazepam en vena y cantidades de alcohol considerables. Lo que sea que anestesie esas horas terribles. Entras, saludas, y te sientas a la mesa. Poco a poco notas como vas bebiendo más y más cada vez que tu madre te dice que has engordado, que no te ve feliz. Que menudo trabajo de mierda tienes. Te critican el peinado, pero por tu bien. Te señalan lo mal que lo haces con tus hijos, pero por tu bien. Además, las bromas son hirientes. Hasta entre ellos. Son como hienas. Son familias que no se soportan, pero todavía peor, se muestran como la familia perfecta, feliz. Una secta oscura secreta. De cara al exterior, son perfectos. Y no te explicas cómo te han diagnosticado ansiedad generalizada desde los 16 cuando tuviste tu primer ataque de pánico. O el colon irritable. Qué raro. Serás tú, que tienes un problema. O un NO problema, porque para tu madre no tienes ninguno. Eres tú quien ve los problemas. Por tu forma de ser.
Sale el especial de Nochebuena y empiezan a criticar a los que salen por la tele. Mejor. Un respiro. Aprovechas y sales. Haces mutis por el foro. Dices que tienes sueño. No te entra ni el turrón. Tu madre te reprocha que te vayas tan pronto. Tú piensas que ojalá en tu familia hubiese un botón como en el WhatsApp de abandonar el grupo. Pero para siempre.
Y te vas a casa y te da por pensar… Esto puede suponer un balance personal a todos los niveles donde aflora tu vocecilla interior… Te caen lágrimas. Repasas tu vida, heridas de infancia, desilusiones, resentimientos. No sabes por qué te encuentras triste y te sientes una mierda. Acabas de estar Nochebuena en una mesa llena de gambas, ensaladilla, embutidos ibéricos y patés y apenas has podido hablar de verdad con las personas que tienes alrededor. Como cenar con extraños. O peor. Extraños que lo saben todo de ti. No te atreves a abrir la boca por miedo a que te juzguen, te cuestionen, con la sensación de que cualquier cosa que digas va a ser utilizada en tu contra.
Cenar en Nochebuena con tu familia disfuncional puede convertirse en extremadamente perjudicial para tu salud mental. Y está bien no ir. Porque la familia biológica que te ha tocado puede que no sea lo mejor para ti. Que no te haga bien. Y que tengas que protegerte poniendo límites.
Por eso, durante todo el año, y especialmente en Navidad, elige siempre a la familia con quien quieres cenar. Tu familia elegida, puede ser la biológica u otra que elijas. Gente que te quiere bien, que te ayuda a volar, que te impulsa, que te valora, que está orgullosa de tus logros, que no te juzga, que te respeta, que te deja tomar tus propias decisiones, y que incondicionalmente estará ahí, aunque no cumplas sus expectativas. Porque tu vida y tus decisiones son sólo tuyas. Y si te equivocas, van a poner el hombro que necesitas sin letra pequeña. Sin altos precios que pagar. Eso es el mejor regalo que puedes tener estas fechas debajo del árbol.
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¡Feliz Navidad!